A principios de la década de los 80, el ejército de los Estados Unidos propuso la fabricación de un aparato con capacidad de despegue vertical como un helicóptero y la velocidad y autonomía de un avión. El proyecto fue adjudicado en 1983 a las empresas Bell y Boeing que lo fabricarían conjuntamente. Así, en 1989 el Bell-Boeing V-22 Osprey realizó su primer vuelo.
Este tipo de aparato, denominado convertiplano, dispone de dos motores con capacidad de rotar 90 grados, de forma que en su posición vertical producen la sustentación necesaria para el despegue vertical, y al pasar a horizontal dotan a la aeronave del empuje necesario para alcanzar altas velocidades de crucero. Los motores pueden situarse también con una inclinación de 45 grados para realizar aterrizajes y despegues cortos. Los dos motores están interconectados de forma que cada uno puede mover las dos hélices en caso de fallo del otro.
Las dificultades provocadas por lo novedoso del diseño y la imposibilidad de efectuar una autorrotación en el caso del fallo de los motores, provocó dos accidentes en 1991 y 1992, lo que hizo replantearse la viabilidad del proyecto. Tras múltiples cambios en el diseño y un largo periodo de pruebas, finalmente en 2007 el modelo definitivo entró en servicio.
A pesar de todas sus capacidades, el V-22 Osprey tiene algunas desventajas, entre otras su caro mantenimiento, su poca maniobrabilidad y su peligrosidad, además, algunas de sus cualidades de vuelo ya han sido igualadas por algunos helicópteros modernos. Por esto y porque el coste final del desarrollo se ha disparado, el número total de unidades fabricadas se ha reducido con respecto al pedido inicial.
En cualquier caso, este convertiplano, es toda una obra de arte de la ingeniería aeronáutica y una demostración de que en Aviación, tal vez no esté todo inventado.
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